sábado, 28 de agosto de 2010

Gatos

Felis silvestris catus (gato doméstico): El gato está en convivencia cercana al hombre desde hace unos 9.500 años. Los ancestros directos de los gatos domésticos habrían abandonando gradualmente la vida silvestre para convivir con la especie humana atraídos por los roedores que parasitaban a las comunidades humanas. Actualmente los gatos domésticos se encuentran agrupados en diversos clades (o grupos genéticos), encontrándose en el rastreo del ADN mitocondrial cinco hembras ancestrales para todas las subespecies gatunas; los mismos rastreos genéticos señalan una procedencia directa de los gatos domésticos actuales con los gatos salvajes del Medio Oriente, no encontrándose la misma proximidad ni con los gatos salvajes africanos (Felis silvestris lybica), ni con los gatos salvajes europeos (Felis silvestris silvestris).

"Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre." Víctor Hugo

"Si yo prefiero los gatos a los perros es porque no hay gatos policías." Jean Cocteau

"El más pequeño gato es una obra maestra." Leonardo da Vinci

Fernando Pessoa

El amor es una compañía

El amor es una compañía.
Ya no sé andar solo por los caminos,
porque ya no puedo andar solo.
Un pensamiento visible me hace andar
más deprisa
y ver menos, y al mismo tiempo gustar de ir
viendo todo.
Aún la ausencia de ella es una cosa que está
conmigo.
Y yo gusto tanto de ella que no sé cómo desearla.
Si no la veo, la imagino y soy fuerte como los
árboles altos.
Pero si la veo tiemblo, no sé qué se ha hecho
de lo que siento en ausencia de ella.
Todo yo soy cualquier fuerza que me abandona.
Toda la realidad me mira como un girasol con la
cara de ella en el medio.

viernes, 27 de agosto de 2010

Hugo Guerrero Martinheitz


"... aprendí que la vida es insistente, insistente ... , estás pasando frío, estás pasando hambre, y quieres seguir viviendo ..."
(HGM)

Maria Elena Walsh

Ahora

Ahora como un ángel apareces
y me rodeas sin decirme nada.
Ángel que yo cuidara tantas veces
sin saberlo, callada.
En todo lo que miro permaneces

como el aire feliz de la mirada.
Me parezco a tu ausencia y te pareces
a mí resucitada.
Porque viniste cuando me moría

a devolverme a vivas caridades;
porque mi noche muda se hizo día
por gracia de tu voz iluminada,

en esta eternidad con que me invades
yo que no era, soy tu enamorada.

martes, 24 de agosto de 2010

Jorge Luis Borges

El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis
muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran
por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitología, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

El oro de los tigres (1972)

domingo, 22 de agosto de 2010

Silvina Ocampo

Los delfines

Los delfines no juegan en las olas como la gente cree.
Los delfines se duermen bajando hasta el fondo del mar.
¿Qué buscan? No sé.
Cuando tocan el fin del agua despiertan bruscamente
y vuelen a subir porque el mar es muy profundo
y cuando suben ¿qué buscan? No sé.
Y ven el cielo y les vuelve a dar sueño y vuelven a bajar dormidos,
y vuelven a tocar el fondo del mar y se despiertan y vuelen a subir.
Así son nuestros sueños.

sábado, 21 de agosto de 2010

Ingeborg Bachmann

Qué difícil es perdonar,
un trabajo muy lento y muy arduo,
del que sola me he ocupado
durante ya muchos años.

El odio me ha enfermado,

me siento deformada, estos abscesos
me prohíben incluso mostrarme
junto a los hombres.

Sólo sé que yo
no puedo odiar más de este modo

ni desear tu muerte,
la cual tampoco deseo,
ni cumpliría yo por mi mano.

He aprendido que la mía

ha de amar a sus enemigos, y
esto es tan simple, pues si no cómo
podrían luego mis enemigos
hacerme más de un mal.
Si se extravía una bala,
si alguien me escupe en la cara,
como ayer, no me guardo pensamientos
contra el amor que me ha sido dado.

Tengo miedo ante el amor
que me has infundido tú,
con la intención más cruel.
Totalmente ajada de cortantes ácidos,

venenos de todo tipo, por el opio,
aturdida por completo en mi destrucción.
Puesto que ya no vivo más en ti,
y muerta me encuentro ya, donde estoy.
Lo que cuentan y persisten son las cúpulas
comen dos veces al día, satisfacen
luego sus necesidades, e
imploran por los medicamentos,
que me han de sumir en un largo sueño.



jueves, 19 de agosto de 2010

Chantal Maillard


Anduve por el dorso de tu mano, confiada...

Anduve por el dorso de tu mano, confiada,
como quien anda en las colinas
seguro de que el viento existe,
de que la tierra es firme,
de la repetición eterna de las cosas.
Mas de repente tembló el universo:
llevaste la mano a tus labios
y bostezando abriste la noche
como una gruta cálida.

Llevabas diez mil siglos despertando
y el fuego ardía impaciente en tu boca.

De "Hainuwele" 1990

[Escultura: 'Confianza', de Lorenzo Quinn]

martes, 17 de agosto de 2010

Elena Poniatowska

El recado

Vine Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recargada en tu puerta y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy.
Es este tu pedacito de jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arranzan las ramas más accesibles... En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul marino, parecen soldados. Son muy graves, muy honestas.

Tú también eres un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos... Todo tu jardín es sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza. Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tus ventanas y poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día va a decaer.

Tu vecina pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa cuando estás enfermo y que su hija te pone inyecciones... Pienso en tí muy despacio, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.

Estoy inclinada ante una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre: Donceles y Cinco de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas banquetas grises y monocordes rotas sólo por el remolino de gente que va a tomar el camión, has de saber dentro de tí que te espero.

Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. Afuera pasan más niños, corriendo. Y una señora con una olla advierte irritada: "No me sacudas la mano porque voy a tirar la leche..." Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero.

Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor. Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí...

Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos —oh mi amor— tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.

Ha caído la noche y ya casi no veo lo que estoy borroneando en la hoja rayada. Ya no percibo las letras. Allí donde no le entiendas en los espacios blancos, en los huecos, pon: "Te quiero..." No sé si voy a echar esta hoja debajo de la puerta, no sé. Me has dado un tal respeto de ti mismo...
Quizá ahora que me vaya, sólo pasé a pedirle a la vecina que te dé el recado: que te diga que vine.

Silvina Ocampo

El enigma

Fabio, un compañero de colegio, solía venir a casa, a estudiar el piano, después de sus horas de trabajo. En su casa no había piano, ni dinero para comprarlo, ni lugar donde ponerlo si lo hubieran comprado. Era casi siempre al final de la tarde cuando Fabio venía a casa, tomaba un vaso de agua helada, picoteaba alguna fruta del centro de mesa y se sentaba al piano. Le pedíamos que atendiera el teléfono, si estábamos ocupados en algo importante o si teníamos que salir; así fue como un día, en lugar de estudiar el piano, se puso a hablar por teléfono. Las conversaciones duraban cada vez más tiempo y las posturas de Fabio eran cada vez más cómodas. Primero de pie, después sentado en una silla, después sentado en el suelo, después arrodillado, después acostado en el piso.

—¿Con quién hablás? —yo le preguntaba, de puro celosa—.
—No sé. Una voz de mujer contestaba, y al ver mi asombro...
—No sé quién es, creeme; ni sé cómo se llama. No la conozco.
—Te felicito —le dije—. Perdés el tiempo.


Durante un mes duraron las misteriosas conversaciones telefónicas y un día, antes de irse a su casa, me llamó y me dijo:

—Tengo que pedirte un favor. La mujer del teléfono me citó en una confitería. Va a estar vestida de blanco, llevará un libro en la mano, una hojita de hiedra en la solapa y un perro. ¿Irías a ver cómo es?. Tengo miedo que sea una gorda o una vieja o una enana.
—¿Y qué tengo que decirle? —pregunté con inquietud.
—Según como sea.
—¿Si es gorda o vieja?.
—Que estoy tuberculoso o que me muero. —¿Si es una enana?.
—Que soy muy alto para ella —dijo riendo—. O que soy loco. Podrías pedirle una fotografía.
—¿Si es bonita?. ¿Acaso conozco tus gustos?.
—Si es bonita le das cita en un cinematógrafo, para el día siguiente, y le decís que no pude ir por razones de trabajo. Primeramente le pedís una fotografía.
—Trataré de conseguirla. Dame una tuya.
—Muy buena idea —contestó, satisfecho—. Es la única solución.


Buscó ese día entre sus papeles una fotografía y me la dio. La guardé en un cajón. Al día siguiente me vestí de mala gana, por la tarde, para salir. No tenía ninguna curiosidad por conocer a la mujer del teléfono. Perder el tiempo me causa horror; pero mi cariño por Fabio es tan grande que difícilmente le rehúso un capricho. Caminé dos cuadras, antes de advertir que había olvidado la fotografía. Volví a casa y busqué en el cajón. Tuve que llevarme un sobre lleno
de fotografías, para buscar en el camino la de Fabio, pues había quedado mezclada entre las otras. Llegué a la confitería El Tren Mixto, frente a Constitución, a la hora convenida. La sala es grande, con muchas luces que se reflejan en muchos espejos y que me deslumbraron en el primer momento. Me detuve en la puerta de entrada, mirando sin ver a la gente, que estaba sentada frente a las mesas. Fabio me había dicho que la mujer estaría sentada en la cuarta o quinta mesa del lado de la entrada, hacia la derecha, con el perrito llamado Coqueto, a sus pies. La busqué y la vi muy pronto, pero no era rubia, como se había descrito a sí misma (según Fabio me dijo), sino más bien morena, con el pelo renegrido. Me acerqué. Intimidada, tropecé con una silla al acercarme. Me dijo:


—Siéntese.
Me senté sin decir una palabra.
—En los primeros momentos uno no sabe qué decir —me dijo, quitándose los guantes—. Comprendo su turbación. Es tan natural.
—Fabio me pidió que le diga que no pudo venir porque está enfermo. Lo lamenta mucho. Le manda estos jazmines.
Le di el ramo envuelto en papel manteca. Aspiró el perfume de las flores.
—No me gustan los desencuentros —dijo—. No son de buen augurio. Del primer instante de una relación dependen todos los demás. Por eso esta circunstancia no me parece favorable.
—¿Es supersticiosa?.
—Muy —me dijo—. Más de lo que usted puede suponer.
—No creo que en este caso tenga que serlo —le respondí—.
—Éste o cualquier otro es lo mismo —me dijo—.
—Fabio quisiera tener una fotografía suya. Como un gran favor se la manda pedir.
—Tengo pocas fotografías buenas. Tal vez se desilusionaría si viera alguna.
—Aquí le manda la de él.
Saqué de mi bolsillo por error la fotografía de Raimundo Canino, el librero, y se la di. Ella la tomó y la miró distraídamente.
—No se puede saber cómo es una persona por una fotografía, si no la conocemos. Cuando conozca a Fabio, esta fotografía me revelará muchos misterios de su personalidad que aún no conozco. Sólo conozco su voz, que me perturba.
A partir de ese momento, la fotografía le sirvió de abanico.
—¿Quiere tomar algo? —me preguntó bruscamente—. ¿Té, un helado, una taza de chocolate?.
—¿Yo? Siempre tomo té. Es mi bebida predilecta.
No esperó que respondiera y llamó al mozo para que me sirviera un completo. Resultó mucho más natural nuestro diálogo acompañado de algunos sorbos de té y bocados de tostadas con manteca. Hasta reímos del apetito que teníamos.
—A mí me encanta el té de la tarde —exclamaba de vez en cuando—.
Prefiero quedarme sin comer a cualquier otra hora del día.


Cuando estábamos por terminar la última tostada, llamó al mozo, pagó y me pidió que la llevara hasta la salida. Tuve la sensación de acompañar a una paralítica, porque no se desprendía de mi brazo. Me pidió además que llamara un taxi.
En cuanto subió al taxi, me dijo antes de despedirse:
—Dígale a Fabio que lo llamaré mañana. —¿Y la fotografía? —le pregunté—.
Buscó en su billetera.
—Aquí tengo una de la cédula. Parezco una criminal —me dijo, dándome la fotografía, al decirme adiós—.


Cuando volví a casa, Fabio me esperaba. El relato de mi encuentro con Alejandra no lo dejó satisfecho. No me atreví a decirle que la mujer parecía paralítica y que en vez de pelo rubio, tenía pelo negro, pero le di la fotografía, que le gustó. Durante un buen rato quedó mirándola, tapándole primero la boca para mirarle los ojos y la nariz, luego tapándole los ojos y la nariz para mirarle sólo la boca. Acercaba y alejaba la fotografía para mirarla con distintas perspectivas.
Los días pasaron. Fabio esperaba en el teléfono, pero Alejandra no llamaba.


—¡Qué le habrás dicho! —protestaba Fabio—.
—Lo que me dijiste, ni más ni menos.
—Es tan raro que no me llame.
—¿Por qué no la llamás vos?.
—No me dio su número. Si no me llama no tendré la oportunidad de verla nunca, nunca más. ¿Te das cuenta?. Fabio llegó a llorar amargamente.
—Alejandra volverá a llamar —yo le decía a Fabio, deseando que no llamara—.


Y Alejandra volvió a llamar. Inmediatamente Fabio quiso ver a Alejandra y la citó en un cinematógrafo, pero ella no accedió y quiso verlo en la confitería de la otra vez. Supuse que esa entrevista sería el fin de mi amistad con Fabio, puesto que él se enteraría de la fotografía del librero, que por error yo le había dado a Alejandra; no fue así. El curso de los acontecimientos fue inesperado.
Cuando volvió de la cita, Fabio me dijo consternado:


—Me mandó una emisaria, pretextando un dolor de cabeza. Esa mujer me volverá loco.
—¿Quién era la emisaria?
—Una amiga de ella. Para desesperarme. Nada más que para desesperarme. Ahora sí que estoy enamorado.
Alejandra y Fabio tardaron mucho en encontrarse. Siempre sucedía algo, algún inconveniente por el que alguno de los dos no acudía a la cita. Presentían, tal vez, un desenlace trágico.
Al fin se dieron cita en la confitería El Tren Mixto. Acudieron trémulos de impaciencia y de amor. Coqueto, debajo de la mesa, les lamía los pies.
Después de hablar de mil cosas, que por teléfono no se pueden hablar, Alejandra, antes de despedirse, sacó, amorosamente de su cartera, la fotografía de Raimundo Canino, que había encuadrado en un marquito de cuero, y la besó.


—No me separo de tu foto —exclamó enseñándole la fotografía—.
Fabio no supo si reír o llorar. En el primer momento creyó que era una broma.
Todo esto me lo contó en el paroxismo de la desesperación.


¿No la vio más?. ¿No pudo soportar ese engaño, ni esa cara de Raimundo Canino, besada, en una fotografía, por Alejandra?. ¿Se preguntó Fabio si fue por distracción o por cinismo que sacó de la cartera esa fotografía?. No me atreví a decirle nada. Quise confesarle mi error, pero no volví a verlo, porque se había mudado de casa y no dejó la nueva dirección.

lunes, 16 de agosto de 2010

Idea Vilariño

Todo es muy simple

Todo es muy simple mucho
más simple y sin embargo
aún así hay momentos
en que es demasiado para mí
en que no entiendo
y no sé si reírme a carcajadas
o si llorar de miedo
o estarme aquí sin llanto
sin risas
en silencio
asumiendo mi vida
mi tránsito
mi tiempo.

Ovidio

Ars amandi

¡Que la mujer sienta el placer de Venus penetrarla hasta lo más profundo de su ser, y que el goce sea igual para su amante que para ella!

¡Que las conversaciones amorosas y los dulces murmullos no se interrumpan jamás, y que las palabras lascivas encuentren un lugar entre vuestros juegos!

Eduardo Galeano


domingo, 15 de agosto de 2010

Mario Benedetti

No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves

no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo

no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces

no te quedes conmigo.

Charles Bukowski

“Siempre recuerdo que, en el patio de la escuela, cuando aparecía la palabra ‘poeta’ o ‘poesía’, todos los pendejos se reían y se burlaban. Puedo ver por qué: es un producto falso. Ha sido falso y snob y endogámico por siglos. Es ultradelicado, sobreapreciado. Es un montón de mierda. Durante siglos, la poesía es casi basura total. Es una farsa. Ha habido grandes poetas, no me entienda mal.
Hay un poeta chino llamado Li Po. Podía poner más sentimiento, realismo y pasión en cuatro o cinco sencillas líneas que la mayoría de los poetas en sus doce o trece páginas de mierda. Y bebía vino también. Solía quemar sus poemas, navegar por el río y beber vino. Los emperadores lo amaban porque podían entender lo que decía.
Por supuesto, sólo quemó sus poemas malos. Lo que yo quise hacer, si me disculpa, es incorporar el punto de vista de los obreros sobre la vida... los gritos de sus esposas que los esperan cuando vuelven del trabajo. Las realidades básicas de la existencia del hombre común... algo que pocas veces se menciona en la poesía desde hace siglos.
Mejor, que quede registrado que dije que la poesía es una mierda desde hace siglos. Y una vergüenza”.

viernes, 13 de agosto de 2010

Andrés Aranda


Bola extra: El Caos

"(...) una masa bastante cruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes, de semillas discordantes y justamente llamada Caos" Ovidio, 'Las Metamorfosis', I, 7.

El caos. La no-oscuridad. La no-luz.
El encendido cósmico (Y cómico) de la leche de la vía láctea aún en off.
Dicen los etimologistas que el caos en griego es "lo impredecible".

Pero en realidad el Caos, posteriormente, en el lenguaje protoindoeuropeo, significó "hueco", "muy abierto". Y como los idiomas son una convención, y a veces las convenciones no llegan a buen puerto, el caos pasó a ser... el desorden.

El Caos es la complejidad de la causalidad. La génesis de un montón de eventos que se confabulan por alguna razón inexplicada y que tienen (tal vez) la capacidad de desencadenar una serie de acontecimientos más complejos.

El bendito efecto mariposa.
¿Y por qué se llama efecto mariposa? Bueno, Ray Bradbury escribió a mediados del siglo pasado un cuento que se llamó "A sound of thunder".
En ese cuento, dos amigos consiguen viajar en el tiempo. En un momento dado ellos matan a un insecto. Y cuando regresan a su tiempo se dan cuenta de que el mundo es sensiblemente diferente al que conocían.

Ese pequeño cambio había sido suficiente para cambiar el Universo.
Les pido que recuerden esto: un mínimo cambio suficiente para cambiar el universo conocido.
El bicho era una mariposa. Una mariposa surgida del Caos, que era el espacio abierto, la pura extensión ilimitada, el abismo.
Súbitamente, del Caos surgió la primera realidad sólida: Gea, la Tierra.

Fue ella quien dio un sentido y un orden al Caos, al limitarlo, e instaló en él el suelo, escenario de la vida.

El Caos era la primera figura de la creación. El que salió de la nada. Y junto a Nix, Érebo y Tártaro fueron la delantera del primer equipo de deidades.

Las tradiciones órficas eran más optimistas, veían el origen de todo en la noche, en Nix. Aristófanes, en su obra los Pájaros, los representaba de este modo, como aves que copulaban y engendraban nuevos dioses.

Los asirios representaban el Caos a través de un dragón de cuerpo desmembrado llamado Tiamat, a partir de cuyos trozos se formó el universo conocido.

Pero a mí me gusta pensar en esa leyenda tal vez no tan conocida.
Dice así: se cuenta que en el inmenso Caos vivía, solitaria y poderosa, la bella diosa Eurínome. Le gustaba mucho bailar, pero no tenía dónde... vivía en la Nada.

Es jodido querer bailar y no tener nada sólido donde apoyar los pies.

Entonces separó el mar del cielo con un tarugo cósmico. Y empezó a saltar, feliz, sobre esas olas. Fue la primera transformación del caos. Al bailar tanto y tan bien, uno ya sabe, se le empiezan a arrimar curiosos.

El primero que se acercó fue el viento norte. Y la sacó a bailar.

Eurínome abrazó a su fluido compañero y, con manos nerviosas, lo restregó incansablemente, hasta que lo tornó sólido.

Como el universo de esta diosa sólo estaba compuesto por olas y por pasos de baile, naturalmente convirtió el viento en una inmensa onda.

Una serpiente. Ella le puso de nombre Ofión. De ahí la denominación de las serpientes como ofidios.

Ofión se tendió a sus pies y la vio bailar. Y se enamoró de ella. Y mientras la rodeaba con su cuerpo, no pensaron en nada más; y todo volvió a ser caos por un rato. Y la amó, haciéndola engendrar todas las cosas que existen en el mundo.

¿Y qué es el amor más que la degradación de Caos? El poner en orden las piezas sin dejar de ser vulnerables al desamor... el sentir que has llegado a alguna parte aunque no dejes de andar. El estar feliz sólo por el hecho de recibir un beso, de sentirse deseado, de tomar una sopa caliente, de sentirse buscado, y dejarse encontrar.

El Caos, hoy puede ser la vida de cualquiera de nosotros. Algo que surge de la nada, y nos desconcierta. La mentalidad herrumbrosa que nos impide dejar atrás el dolor, la culpa, la anhedonia.

No podemos evitarlo. Es imposible.

Por lo tanto, debemos vivir con eso, manejarlo. El amor no es lo opuesto al Caos. Para nada. El amor es Caos, es desorden, es pérdida del sentido de las prioridades, es terror a perderla, o perderlo; es esa incertidumbre de no saber por qué te han elegido; es esa sensación de no saber si estás haciendo lo correcto, o si estamos dándonos en exceso o siendo avaros con nuestros sentimientos.

Eso es el amor, amigos. Es astucia e idiotez; es insensibilidad y generosidad; es un golpe en plena cara, y una caricia en el pelo. Es querer ser mejor. Es Querer Ser.

El Caos es doloroso, e implacable.

Es como una máquina de esas que están arreglando algo ahí afuera, y que te lobotomiza, y no podemos hacer nada para detenerla. Pero en algún momento el operario se cansa, o llega la hora de comer, o simplemente el trabajo está hecho. Y el sonido se detiene. Y llega la paz, como suele pasar. Eventualmente la molestia acaba. Y uno, no sé si por masoquista o por simplemente ser humano, echa de menos ese ruido de mierda. Hasta que lo supera. Pero nunca lo olvida.

El Caos es doloroso, e implacable.

Pero, en realidad, el origen de todo lo bello está en el Caos. En esa mezcolanza ("mezcolanza", brumosa y bella palabra) de sensaciones, sentimientos, emociones y prohibiciones que dejan que surja algo nuevo.

Hoy mismo, quien suscribe, ve el Caos con sus propios ojos. Y le fascina verlo.

Observarlo de frente y comprender que esa impredecible mixtura de sensaciones puede engendrar algo tan maravilloso como unos ojos que te miran en un momento en que deseás ser mirado, algo tan nefasto como la imposibilidad de dejarse llevar por la felicidad, algo tan delicioso como recordar en cualquier momento y en cualquier lugar que a ella no le gusta quitarse los calcetines para hacer el amor, o que es impulsiva, peligrosa y atrevida. Algo tan insignificante como aquello que dijiste hace semanas y es recordado por el otro. Algo tan doloroso como saber que no se puede estar juntos simplemente "porque no se puede". Al menos hoy.

En fin, el Caos es lisa y llanamente la posibilidad de desdoblarse, y de bailar en la nada. De resistirse a la espantosa sensación de no ir a ninguna parte.

El Caos es, y a vos te estoy hablando esta vez.

Sí, a vos: El Caos es la razón por la que te he elegido.
Y vamos a salir de él.

Y por supuesto, será bailando.

[Publicado por el autor el 9 de Agosto de 2010]

Florencio Escardó



Dr. Florencio Enrique Juan Escardó

nació en Mendoza el 13 de Agosto de 1904

murió en Buenos Aires el 31 de Agosto de 1992

martes, 3 de agosto de 2010

Boris Vian

SI LOS POETAS FUERAN MENOS TONTOS…

Si los poetas fueran menos tontos
Y si fueran menos perezosos
Harían a todos felices
Para poder dedicarse en paz
A sus sufrimientos literarios
Construirían casas amarillas
Con grandes jardines delante
Y árboles llenos de pájaros
Mirliflautas y lisosos
Parongros y verderones
Y pequeños cuervos muy rojos
Que dirían la buena ventura
Habría grandes chorros de agua
Con luces dentro
Habría doscientos peces
Desde el crusco hasta el ramusón
De la libela al pepamulo
De la aguja al rara curul
Y de la avela al cañizón
Habría aire completamente nuevo
Perfumado con el olor de las hojas
Comeríamos cuando quisiéramos
Y trabajaríamos sin prisa
Para construir escaleras
De formas nunca vistas
Con maderas veteadas de malva
Suaves como ella bajo los dedos
Pero los poetas son muy tontos

Escriben para comenzar
En vez de ponerse a trabajar
Y eso les da remordimientos
Que conservan hasta la muerte
Encantados de haber sufrido tanto
Les dan grandes discursos
Y se les olvida en un día
Pero si fueran menos perezosos
Sólo en dos serían olvidados.

No quisiera morir, 1962 (póstumo). Traducción de Juan Antonio Tello.

lunes, 2 de agosto de 2010

Virginia Woolf

El día 28 de marzo de 1941, por la mañana, a los 59 años de edad, la escritora Virginia Woolf se ahogó voluntariamente en el río Ouse, cerca de su casa de Sussex. Era un día frío y luminoso. Había dejado dos cartas, una para su hermana Vanessa Bell y otra para su marido Leonard Woolf, las dos personas más importantes de su vida. El texto que acabo de transcribir, sintiendo un inmenso pudor y, al tiempo, la inconmensurable admiración que no dejaré de sentir jamás por esta mujer, es la nota que dejó para su marido.

Querido:
Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.
V.


Eran las 11 y media aproximadamente y caminó hasta el río apoyándose en su bastón. Al parecer ya lo había intentado anteriormente ya que unos días antes había regresado a casa con la ropa y el cuerpo completamente empapados, después de uno de sus paseos. En aquella ocasión dijo que se había caído, pero seguramente aquel fracaso le sirvió para descubrir que lo que debía hacer era meter una piedra pesada en los bolsillos de su abrigo. Así no volvería a fallar. Y eso fue lo que hizo.


Adeline Virginia Woolf (Stephen de soltera; nació en Londres, 25/1/1882 – murió en Lewes, Sussex, 28/3/1941) fue una novelista, ensayista, escritora de cartas, editora, feminista y escritora de cuentos británica, considerada como una de las más destacadas figuras del modernismo literario del siglo XX.

domingo, 1 de agosto de 2010

Sarah Kane

4:48 Psicosis

''Nunca en mi vida tuve problemas dándole a los demás lo que quieren. Pero nunca nadie parece ser capaz de hacer lo mismo por mí. Nadie me toca, nadie se acerca a mí.
Pero ahora me tocaste en alguna parte de esa forma tan jodidamente profunda que no puedo creer que yo no sea eso para vos. Porque no puedo encontrarte.''

Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

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