domingo, 30 de enero de 2011

Gonzalo Viñao

Decálogo para olvidarte

… y cuando me de vuelta, que te conviertas en estatua de sal … (decálogo para olvidarte)

1. Mesura. Contar los días, de la misma forma en que se hace para dejar cualquier vicio; aferrarme a las horas, confiar en ellas, recordando siempre que su tarea es agotarse, pasar, acumularse sobre la memoria hasta anegarla.

2. Distancia. No llamarte, no escribirte, no tocar tu timbre, no esperar tus llamadas, no esperar tus mensajes, no atender mi timbre con la renovada esperanza de encontrarte al otro lado de mi puerta.

3. Higiene. Borrar todas tus huellas, quemar tus fotos, tirar tu ropa y regalar tus muebles, eliminarte de todas las agendas, de los discados rápidos, de mis itinerarios, del olor en la piel.

4. Templanza. Manejar con cuidado los estimulantes; el alcohol y las drogas pueden procurar cierto alivio relativo, pero los estados de euforia son difíciles de manejar, generan flaqueza y favorecen la distracción del objetivo principal. Y el objetivo es olvidarte. Repetirlo como un mantra: el objetivo es olvidarte, el objetivo es olvidarte…

5. Cordura. Durante el día saltar, gopear las paredes, morder las patas de las sillas, gritar por las ventanas, insultar a los automovilistas, maltratar a los empleados públicos; por la noche transpirar las sábanas en la cama solitaria y mantenerme impasible en la marea de las pesadillas.

6. Sinceridad. Reconocer para mí mismo que tu íntimo deseo es no volver a verme, y clausurar de una vez este ridículo diálogo que mis pensamientos insisten en sostener –tan obstinadamente– con tu figura imaginaria.

7. Soledad. Mantenerme al margen de nuevas relaciones; en las actuales condiciones de depresión y melancolía están destinadas al fracaso por efecto de la comparación. Un nuevo fracaso equivaldría a la pérdida definitiva del frágil equilibro hasta ahora alcanzado.

8. Estoicismo. Perder todas las esperanzas, y aguantarme así, sin ellas.

9. Paciencia. No perder de vista que, antes o después, al final no quedará nada del dolor que hoy parece abrumador.

10. Decisión. Volver a la triste realidad del mundo que no te contiene.




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miércoles, 26 de enero de 2011

Julio Cortázar

BOLERO

Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito
que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Y este fragmento:

La lenta máquina del desamor
los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos

y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.

lunes, 17 de enero de 2011

Luiz Fernando Verissimo

Residuos

Un hombre y una mujer se encuentran en el palier, cada uno con su bolsa de residuos. Es la primera vez que se hablan.
—Buen día.
—Buen día.
—Usted es del 610.
—Y usted es del 612.
—Sí.
—Todavía no lo conocía personalmente.
—Ajá.
—Disculpe mi indiscreción, pero he visto sus bolsas de resi­duos…
—¿Mis qué?
—Sus residuos.
—Ah.
—Noté que nunca es mucho. Su familia debe ser chica…
—La verdad, soy yo solo.
—Hmmm. Vi también que usa mucha comida en lata.
—Es que tengo que hacerme la comida. Y como no sé cocinar…
—Entiendo.
—Usted también…
—Tratáme de vos.
—Vos también perdoná mi indiscreción, pero vi algunos restos de comida en tus bolsas. Champiñones, cosas por el estilo…
—Es que me gusta mucho cocinar. Hacer platos diferentes. Pero como vivo sola, a veces sobra…
—¿Usted… vos no tenés familia?
—Tengo, pero no aquí.
—En Espíritu Santo.
—¿Cómo sabés?
—Vi unos sobres en la basura. De Espíritu Santo.
—Sí. Mamá escribe todas las semanas.
—¿Ella es maestra?
—¡Qué increíble! ¿Cómo fue que adivinaste?
—Por la letra en el sobre. Me pareció letra de maestra.
—Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por sus residuos…
—Y… no.
—El otro día tenía un telegrama abollado.
—Sí.
—¿Malas noticias?
—Mi padre. Murió.
—Lo siento mucho.
—Ya estaba muy viejito. Allá en el Sur. Hace tiempo que no nos veíamos.
—¿Fue por eso que volviste a fumar?
—¿Cómo sabés?
—De un día para otro empezaron a aparecer en tu basura eti­quetas de cigarrillos.
—Es cierto. Pero conseguí dejar otra vez.
—Yo, gracias a Dios, nunca fumé.
—Ya sé. Pero he visto frasquitos de pastillas en tu basura.
—Tranquilizantes. Fue una etapa. Ya pasó.
—¿Te peleaste con tu novio, no es cierto?
—¿Eso también lo descubriste en la basura?
—Primero el ramo de flores con la tarjeta, arrojado afuera. Des­pués, muchos pañuelos de papel.
—Sí, lloré bastante, pero ya pasó.
—Pero hoy todavía veo unos pañuelitos…
—Es que estoy un poco resfriada.
—Ah.
—Muchas veces veo revistas de palabras cruzadas en tus bol­sas.
—Sí…, es que… me quedo mucho en casa. No salgo mucho, sabés.
—¿Novia?
—No.
—Pero hace algunos días había una foto de una mujer en tus bolsas. Y muy bonita.
—Estuve limpiando unos cajones. Cosas viejas.
—Pero no rompiste la foto. Eso significa que, en el fondo, querés que ella vuelva.
—¡Vos ya estás analizando mis residuos!
—No puedo negar que me interesaron.
—Qué gracioso. Cuando examiné tus bolsas, pensé que me gustaría conocerte. Creo que fue por la poesía.
—¡No! ¿Vos viste mis poemas?
—Los vi y me gustaron mucho.
—¡Pero son malísimos!
—Si realmente creyeras que son malos, los habrías roto. Sola­mente estaban doblados.
—Si hubiera sabido que los ibas a leer…
—No me los quedé porque, a fin de cuentas, estaría robando. A ver, no sé; ¿lo que alguien tira a la basura, sigue siendo de su propiedad?
—Creo que no, la basura es de dominio público.
—Tenes razón. A través de la basura, lo particular se hace públi­co. Lo que sobra de nuestra vida privada se integra con las sobras de los otros. Es comunitario, es nuestra parte más social. ¿Será así?
—Bueno, ya estás profundizando demasiado en el tema de la basura. Creo que…
—Ayer, en tus residuos…
—¿Qué?
—¿Me equivoco o eran cáscaras de camarones?
—Acertaste. Compré unos camarones grandes y los pelé.
—Me encantan los camarones.
—Los pelé, pero todavía no los comí. Quizás podríamos…
—¿Cenar juntos?
—Claro.
—No quiero darte trabajo.
—No es ningún trabajo.
—Se te va a ensuciar la cocina.
—No es nada. En seguida se limpia todo y se tiran los restos.
—¿En tu bolsa o en la mía?

domingo, 16 de enero de 2011

María Elena Walsh

Las estatuas

Cuando llueve me dan no sé qué
las estatuas.
Nunca pueden salir en pareja
con paraguas,
y se quedan como en penitencia,
solitarias.

Señalando la fatalidad
en las plazas,
miran serias pasar cochecitos
y mucamas.
No se ríen porque no tuvieron
nunca infancia.

Marionetas
grandes, quietas,
con ellas no juega nadie.
Pero si una sombra mala
para siempre las borrase,
qué dolor caería
sobre Buenos Aires.

Cuando llueve y me voy a dormir
las estatuas
velan pálidas hasta que llegue
la mañana,
y del sueño de los pajaritos
son guardianas.
Su memoria procuran decir
sin palabras
y nos piden la poca limosna
de mirarlas
cuando quieren contarnos un cuento
de la Patria.
[estatua: La Primavera, en el Jardín Botánico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires]

viernes, 14 de enero de 2011

José María Fonollosa

Bedford Street

Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo
en el segundo espacio intercostal».

«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: «Aquí».

Algo debía de haber en aquel viaje
que lo hizo diferente. Más intenso.

Se veían más cosas. Ascendíamos
a inéditos sonidos y colores.

No había confusión. Hasta el detalle
más ínfimo nos era comprensible.

Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?»
«Es lento», me objetó. «Ya lo he probado.

Y el lavado de estómago es horrible.
Como un trauma mental, pero en lo físico»

Sustituí su dedo por el mío
y apoyé allí el cuchillo suavemente.

Y lo empujé de súbito. No fuera
que cambiara de idea si iba lento.

domingo, 9 de enero de 2011

Milan Kundera

"Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse."

lunes, 3 de enero de 2011

Fernando Pessoa

Poema en línea recta

Nunca conocí a nadie a quien le hubiesen roto la cara.
Todos mis conocidos fueron campeones en todo.
Y yo, que fui ordinario, inmundo, vil,
un parásito descarado,
un tipo imperdonablemente sucio
al que tantas veces le faltó paciencia para bañarse;
yo que fui ridículo, absurdo,
que me llevé por delante las alfombras de la formalidad,
que fui grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que recibí insultos sin abrir la boca
y que cuando la abrí fui más ridículo todavía;
yo que resulté cómico a las mucamas de hotel,
yo que sentí los guiños de los changadores,
yo que estafé, que pedí prestado y no devolví nunca,
que aparté el cuerpo cuando hubo que enfrentarse a puñetazos,
yo que sufrí la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
me doy cuenta que no hay en este mundo otro como yo.
La gente que conozco y con quien hablo
nunca cayó en ridículo, nunca sufrió un insulto,
nunca fue sino príncipe -todos ellos príncipes- en la vida...
¡Ah, quién pudiera oír una voz humana
que confiese no un pecado sino una infamia;
que cuente no una violencia sino una cobardía!
Pero no, son todos la Maravilla si los escucho.
¿Es que no hay nadie en este ancho mundo capaz de confesar que una vez
fue vil?¡Oh príncipes, mis hermanos!
¡Basta, estoy harto de semidioses!
¿Dónde está la gente de este mundo?
¿Así que en esta tierra sólo yo soy vil y me equivoco?
Admitirán que las mujeres no los amaron,
aceptarán que fueron traicionados
-¡pero ridículos nunca!-
Y yo que fui ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo dirigirme a mis superiores sin titubear?
Yo que fui vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

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