lunes, 25 de julio de 2011

Eduardo Galeano

Océanos

En el océano del vacío
hay nombres, nombres, nombres.

En el océano de lo perdido,
hay nombres.

¿Quién responde
a este chorro de alma
que los llama? Un oleaje
de nombres, nombres, nombres.

¿Qué los separa de la grande muerte
en brazos ya de lo que fueron?

martes, 19 de julio de 2011

Oscar Wilde

''La Balada de la cárcel de Reading'', de Oscar Wilde.
(foto copyright de la Biblioteca Nacional de Irlanda)

Y todos los hombres matan lo que aman,
que esto sea oido por todos,
algunos lo hacen con una mirada amarga
algunos con palabras halagadoras
el cobarde lo hace con un beso
el valiente con una espada.




Estrofa final de varias de las partes en que se divide la obra en verso escrita por Oscar Wilde durante su exilio en Berneval o Dieppe, Francia. Fue escrita tras su liberación de la prisión de Reading en torno al 19 de mayo de 1897. El poema es una de las baladas más representativas tanto del autor como de la literatura en inglés.



Pascal Bruckner

La obligación de ser feliz

La felicidad, tal como reconoce el propio Bruckner, es un concepto difícil de circunscribir. Podemos darle el significado de bienestar, satisfacción, alegría y placer, así como también varias otras definiciones, pero más allá de lo que implique, es un tópico filosófico que se remonta a los inicios mismos de la disciplina.
Para los antiguos griegos, la felicidad era sinónimo de la buena vida. Ser feliz era desempeñar un papel armónico en una sociedad ordenada. El cristianismo reemplazó la felicidad por la salvación, una vida de negación por la promesa de la gloria eterna después de la muerte. Fue la Ilustración la que devolvió la felicidad a la tierra y la Declaración de Independencia norteamericana garantizó el derecho “a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.


Según Bruckner, lo que en su momento fue un derecho se ha metamorfoseado en obligación, sobre todo después de la revolución social de los sesenta, en la cual una combinación del crédito disponible y la píldora anticonceptiva ayudaron a introducir una época de gratificación instantánea. De golpe, los radicales pudieron proclamar, como escribe Bruckner, que quien “desea no puede ser culpable... el pecado procede sólo de las prohibiciones”.
Sin embargo, la “generación del yo” habrá hablado quizá de “nosotros y ellos”, pero su sujeto implícito era el sí mismo. Y como tal, el hippie feliz resultó ser un mito. “Después de los 60, ya no hubo más distancia entre la felicidad de uno y uno mismo”, explica Bruckner. Uno se convierte en su propio obstáculo principal. Para vencer ese obstáculo se abrió un enorme mercado: la medicina para modificar el humor, la cirugía para modificar el cuerpo, y asimismo la propagación de la terapia y las religiones nuevas o reformadas. De modo que Jesús ya no es ese Dios trascendente, sino un instructor de vida que nos ayuda a superar la adicción y el resto”.

Bruckner sugiere que al no haber nada entre nosotros y la felicidad, fuera de nuestra voluntad de capturarla, hay una compulsión moral que pesa sobre nosotros a ser felices –y precisamente esa presión social es la que hace infelices a muchas personas. “Debemos preguntarnos por qué la depresión se ha convertido en una enfermedad. Es una enfermedad de una sociedad que está buscando desesperadamente la felicidad, que no podemos atrapar. Y por eso la gente se desmorona”.

Desde que salió publicado el libro, la felicidad ha adquirido mayor significación como tema académico. Hace dos años, una comisión designada por Nicolas Sarkozy recomendó que se tomara el índice de felicidad como un indicador del progreso social; David Cameron habla de adoptar un enfoque similar. Al mismo tiempo, la felicidad es un terreno fértil de investigación para psicólogos y genetistas. Algunos estudios han demostrado que dejando de lado la transición de muy pobre a pobre, un cambio en la riqueza material no parece tener un impacto grande en los niveles de felicidad. Esto se explica por la “rueda hedónica”, que plantea que a todo mejoramiento de situación le corresponde una expansión de la expectativa. Por ende, la satisfacción material está destinada a permanecer fuera de nuestro alcance.
“El bienestar es objeto de la estadística”, dice. “La felicidad no”. Pero no se abstiene de dar algún consejo.
“A la felicidad la llamamos como llamamos a un perro. No podemos dominar la felicidad, no puede ser fruto de nuestras decisiones. Tenemos que ser más humildes. No porque debamos elogiar la fragilidad o la humildad sino porque las personas son muy desdichadas cuando se esfuerzan y fracasan. Tenemos mucho poder en nuestras vidas pero no el poder de ser felices. La felicidad es más como un momento de gracia”.

Bruckner insiste en hacer hincapié en que la felicidad tiene más en común con un accidente que con una elección consciente. Curiosamente, el origen de la palabra reside en la palabra del nórdico antiguo: happ . Pero dejar la felicidad librada al azar, advierte Bruckner, no es lo mismo que ignorarla. “Se dice que si no buscamos la felicidad, ésta llegará. En realidad, no es tan fácil. Si le damos la espalda a la felicidad, podríamos perderla. Es una trampa y no creo que haya una salida, salvo quizá que a la verdadera felicidad no le importa la felicidad. Sólo se la puede alcanzar indirectamente”.

La cuestión de la “verdadera” felicidad orienta desde hace tiempo la política revolucionaria. Tal como muestra Bruckner, la condena de la convención “burguesa” y todos los placeres “mezquinos” que la acompañan es un rasgo de los extremos tanto de la izquierda como de la derecha. Fue en definitiva Karl Marx, el teórico de la “falsa conciencia” quien dijo que “abolir la religión como felicidad ilusoria del pueblo es exigir su verdadera felicidad”.
En la actualidad, la ilusión de felicidad se discute la mayoría de las veces en términos de consumo. Pese a reconocer el vacío de gran parte del consumo, Bruckner percibe en el mensaje anticapitalista una versión corregida de la moralidad cristiana, “en la cual la vida ordinaria es pecaminosa”. “Uno de los propósitos de mi trabajo es mostrar que en los 60 pensábamos que nos habíamos librado de todos los tabúes y los mandamientos de la burguesía y de la sociedad cristiana”, dice. “Trato de mostrar que esos mandamientos están volviendo a través de nuestra búsqueda de felicidad y en nuestros sentimientos culpables. Seguimos siendo cristianos en nuestra mente, pese a creer que matamos a Dios”.

El día que visité a Bruckner en París era gris, húmedo e inusualmente sombrío. Se lo veía muy entusiasta. Si no supiera cómo son las cosas, diría que parecía casi feliz.


(c) The Observer, 2011.


sábado, 2 de julio de 2011

Fito Páez

Te perdiste en el huracán
viste cómo son las cosas
te aferras, te aferras, te aferras
y el viento te lleva igual
que los dioses te protejan donde vayas
y que tus santos te cuiden en el mar...
El olvido no perdona,
viste cómo son las cosas
del polvo venimos, andamos,
después todo al polvo va
yo no creo en volver a empezar...
Lo que un día ví no lo veo más
veo una serpiente, amarilla violenta

se muerde la cola.
Tanta estupidez, tanta vanidad,
y lo que fue hermoso
nunca más ya lo será...
Llueve y está gris el sol ya vendrá,
casi siempre está nublado en London Town...

Y así se pasan los años,
viste cómo son las cosas,
volvemos, volvemos, volvemos,
al fin al mismo lugar,
mientras tanto fumo un faso en London Town.
Ella dice que está bien, él dice que está mal,
no se cansan nunca de actuar,
de actuar, ésa misma pena
Tanta estupidez, tanta vanidad,
y lo que fue hermoso nunca más ya lo será
Llueve y está gris, el sol ya vendrá...
Buena suerte nena desde... London Town.



"London town"

Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

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