lunes, 23 de junio de 2014

Daniel Brofman Aguilar



¿Y si hacemos un Mundial heterogéneo en casa?
Juego libre y nada de fair play. Sin banderas, sólo nuestros cuerpos. Sin himnos, nuestra música alcanza.
Las fases serán inciertas, no hay plan. No habrá público ni nadie jugará por nosotros.
El medio campo está en la entrada donde comienza el juego, el área toda es casi todo; el área chica, las sábanas. Para beber, bebidas varias todas con alcohol, salvo el agua que nunca falta. Y sí, habrá goles, esas muertes pequeñas y dulces que se hacen de a dos y ambos las hablan con susurros y suspiros. 

Y a pesar de que no es competitivo, hay un Gran Premio Gran: no habrá comentaristas ni opinadores. 
Vacantes limitadas.




Fotografía de Arno Rafael Minkkinen.

jueves, 5 de junio de 2014

Augusto Roa Bastos


Quiero que en las palabras que escribes haya algo que me pertenezca.
No te estoy dictando un cuenticulario de nimiedades. Historias de entretén-y-miento. No estoy dictándote uno de esos novelones en que el escritor presume el carácter sagrado de la literatura. Falsos sacerdotes de la letra escrita hacen de sus obras ceremonias letradas. En ellas, los personajes fantasean con la realidad o fantasean con el lenguaje. Aparentemente celebran el oficio revestidos de suprema autoridad, mas turbándose ante las figuras salidas de sus manos que creen crear. De donde el oficio se torna vicio.
Quien pretende relatar su vida se pierde en lo inmediato. 

Únicamente se puede hablar de otro Yo no me hablo a mí. Me escucho a través de èl. Con los mismos órganos los hombres hablan y los animales no hablan.
¿Te parece esto razonable? No es, pues, el lenguaje hablado el que diferencia al hombre del animal, sino la posibilidad e fabricarse un lenguaje a la medida de sus necesidades. ¿Podrías inventar un lenguaje en el que el signo sea idéntico al objeto? Inclusive los más abstractos e indeterminados.
El infinito. Un perfume. Un sueño. Lo Absoluto. 

¿Podrías lograr que todo esto se transmita a la velocidad de la luz?
No; no puedes. No podemos.


Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

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