—¿Ha comprendido usted bien qué cosa tan admirable es la piedad? Por mi parte, doy gracias a Dios todas las noches —sí, de rodillas doy gracias a Dios— por habérmela hecho conocer. Yo entré a la prisión con un corazón de piedra y pensando tan sólo en mi placer; pero, ahora mi corazón se ha roto... y la piedad ha entrado en él. Ya sé que la cosa más grande y más hermosa del mundo es la piedad. Y he aquí por qué no puedo guardar rencor a quienes me condenaron, ni a nadie; pues sin ellos yo no habría conocido todo esto.
Oscar Wilde en conversación con Frank Harris
L’ultimo bacio, cerchi riparo fraterno conforto, tendi le braccia allo specchio, ti muovi a stento e con sguardo severo, di quei violini suonati dal vento, l'ultimo bacio brucia sul viso come gocce di limone, l'eroico coraggio di un feroce addio, ma sono lacrime mentre piove piove, mentre piove piove . . .
jueves, 20 de octubre de 2011
lunes, 17 de octubre de 2011
A. Mineko
Hace semanas que me visto con el mismo vestido,
y me derramo sola y pesada en la cama.
Mártir ausente, silenciosa, creyente de este tiempo sin palabras,
de esta ausencia impiadosa que se hace sólida y me amenaza
como un puñal o una mirada loca a mi alma
que cautiva del dolor que después será luz solo atina a seguir
y no le pone a eso mucho más que el deseo irracional de sobrevivir,
porque ahora, mirá bien lo que digo, ahora no puedo vivir.
No ausente, no abriéndome las heridas para que sangren
y mostrarme crucificada en la cama de dolor,
no buscando frenéticamente en cada coincidencia una señal
una predicción catastrófica de que serás, pero ahora no sos.
Y por eso cierro las ventanas, cierro las puertas, me encierro adentro de mí misma.
No salgo ahora ya de mí y no dejo que nadie me entre,
me regodeo en mi soledad, en mi fealdad, en mi todo que se cae.
Antes no, antes, yo antes sabía tanto de las risas.
Pero eso era antes, ahora yo sé tanto del dolor, de la tristeza, de esta muerte anunciada,
de la esperanza y de la maldita ilusión que nunca es nada más que ilusión.
Ya ves, es otro sábado en que desnuda me acuesto sola con los recuerdos.
y me derramo sola y pesada en la cama.
Mártir ausente, silenciosa, creyente de este tiempo sin palabras,
de esta ausencia impiadosa que se hace sólida y me amenaza
como un puñal o una mirada loca a mi alma
que cautiva del dolor que después será luz solo atina a seguir
y no le pone a eso mucho más que el deseo irracional de sobrevivir,
porque ahora, mirá bien lo que digo, ahora no puedo vivir.
No ausente, no abriéndome las heridas para que sangren
y mostrarme crucificada en la cama de dolor,
no buscando frenéticamente en cada coincidencia una señal
una predicción catastrófica de que serás, pero ahora no sos.
Y por eso cierro las ventanas, cierro las puertas, me encierro adentro de mí misma.
No salgo ahora ya de mí y no dejo que nadie me entre,
me regodeo en mi soledad, en mi fealdad, en mi todo que se cae.
Antes no, antes, yo antes sabía tanto de las risas.
Pero eso era antes, ahora yo sé tanto del dolor, de la tristeza, de esta muerte anunciada,
de la esperanza y de la maldita ilusión que nunca es nada más que ilusión.
Ya ves, es otro sábado en que desnuda me acuesto sola con los recuerdos.
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