jueves, 3 de septiembre de 2009

Elsa Bornemann

Mil grullas

Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Noami se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo:
- ¿Qué estará haciendo ahora?
Ahora. Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: - ¿Qué estará haciendo Noami?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: "Donguri-Koro Koro-Donguriko..." por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Noami sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba.
Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese 6 de Agosto de 1945.

Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

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