viernes, 24 de agosto de 2012

Federico Cáceres


Qué lindo es salir a la calle los días como éstos...

Más lindo es salir a caminar, a esperar la lluvia con una de esas personas que te aceleran el pulso con su cercanía.

El olor a tierra mojada y el de algunas flores que, confundidos por el calor, se están dejando ver.

¿Acaso no podés imaginar el aroma a madreselva que te estoy contando?

¿No podés sentir la pesada humedad y el alivio de alguna brisa despistada?

Probá de nuevo, sentí el olor a tabaco que sale de mis labios, que gira en la volutas de humo que tanto te hacen reír.

Escuchá el ruido de la calle, de autos y colectivos apurados. Ahora dejá de escucharlo, porque vos y yo tenemos ritmo propio.

¿Ves la gente con paraguas y cara de miedo? Se van a mojar igual que vos y yo. Pero distinto.

Es distinto porque yo sólo te veo a vos, y vos estás en mi burbuja, afuera no hay más nada, o no importa...

Te vas a mojar y yo también, porque dejé tu abrigo en cualquier lado, no quiero que te pese esa ropa que no va a protegerte.

¿Estás ansiosa? Yo también, estamos expectantes por los charcos que impunemente vamos a pisar.

No tenés miedo, me lo dicen tus ojos, perdiste esa desconfianza que heredaste de algún idiota.

La gente me mira, sí. Como si estuviera loco, y vos te paraste en mi vereda para jugar conmigo.

Te recitaré un piropo, un chiste tonto que antes no te hubiese gustado, pero mi simpleza lo hace gracioso y tierno.

Cantás bajito una canción que no conozco mientras hacés equilibrio en el cordón de la vereda, yo te escucho...

Te escucho pero no presto atención a las palabras, estoy prestando atención a la modulación de tu voz, la cadencia de tus labios...

¿Qué mirás con esa cara de tonto? Me decís y me empujás, yo río mientras recupero el equilibrio agarrándote de la mano.

Esa mano que tomé, me incorpora, y levantándola te hago girar, como si estuviésemos bailando...

Y doblamos en la esquina. Preguntás a dónde vamos, para allá. Y tu terquedad vuelve a preguntar, para allá ¿a dónde? No me importa a dónde.

Cae la primera gota que se estrella en la vereda frente a nuestros ojos sedientos. Te sacás un zapato y después el otro...

La vereda, caliente y polvorienta, marca las plantas de tu pies. Pasamos por la puerta de un bar, de esos que llamamos "de borrachos".

Adentro la luz es blanca, los rostros desfigurados en risas y alcohol. Se escucha una cancioncita, es un vals.

No vi que me viste ensayar un pasito al compás del un ta ta que sale de ese lugar al que hoy no entraría.

Seguimos camino y aunque ya no lo oigo ese valsecito sigue sonando en mi cabeza y abstraído intento recordar de dónde lo conozco.

Te volvés hacia mí para empujarme de nuevo, pero en un reflejo te esquivo y te atajo a la voz de oleeee!


Te miro, sonreís, me das un beso inocentón y con las palmas abiertas cumplís tu cometido, tu venganza. Me empujás.
Otras gotas más, suicidas en el asfalto, un relámpago, y tres segundos después el trueno. Sé que son tres, los conté.

Otro trueno más y el cielo se desploma sobre nosotros, que miramos hacia arriba, lo recibimos.

Las hojas vuelan, el viento te despeina y a mí, que estoy rapado, me acaricia la nuca.

Empujado por el viento, en realidad por mis ganas, me acerco a vos hasta dejar mi cuerpo contra el tuyo. Parecés distraída.

Distraída de mí, pero concentrada en las gotas que te empapan las pestañas. Yo ni lento, ni perezoso, lo aprovecho.

Vos tan distraída no estabas, y pícara me rodeás la cintura con los brazos, escurrís mi remera como si fuese un trapo y me abrazás.

Subís los brazos a mi espalda, yo te aprieto con los míos y casi al mismo tiempo decimos: Hola, ¿cómo estás?


FIN      

-Gracias, Fede-

Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

más vistas último mes