L’ultimo bacio, cerchi riparo fraterno conforto, tendi le braccia allo specchio, ti muovi a stento e con sguardo severo, di quei violini suonati dal vento, l'ultimo bacio brucia sul viso come gocce di limone, l'eroico coraggio di un feroce addio, ma sono lacrime mentre piove piove, mentre piove piove . . .
domingo, 14 de abril de 2013
Leonardo Favio
El miedo es un cuerpo extraño que se adhiere al alma. Es una soledad honda que no hay forma de compartir. Puede uno estar en medio de una multitud que sentirá la individualidad como un estigma. Vivir en el terror, en el miedo permanente a la muerte violenta, a la tortura, a la humillación. Es una puñalada larga, fatigosa, interminable, es perder la intimidad de la conciencia, es quedar desguarnecido; solo como el primer hombre.
¿Tal vez el verdugo tiene razón? Entonces el pensamiento se torna hurgueteador. Hurguetea en posibles recientes o remotas culpas. El alma se vuelve tartamuda y predispuesta a la traición. Cada coche que pasa es un enemigo. Cada hombre que te mira es el que puede ser. Es volverse bondadoso y sonriente por temor a la delación, es esperar el sueño con urgencia. Es no saber cuándo y tener constantemente la impresión de que es ya. Es no tener tiempo para sus hijos.
Así viví los meses que pasaron desde la caída del gobierno de Isabel hasta que logré salir del país. Pensar que dentro de unos años todo eso rondará en la duda y el olvido o, tal vez, al leerlo, alguno sonreirá indulgente, suficiente, desconfiado.
Leonardo Favio (1976)
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