viernes, 17 de octubre de 2014

Roberto Juarroz



Llegará un día
en el cual no habrá que empujar los vidrios para que caigan,
ni martillar los clavos para que sostengan,
ni pisar las piedras para que se callen, 
ni beber el rostro de las mujeres para que sonrían.
Empezará la gran unión.
Hasta Dios aprenderá a hablar
y el aire y la luz
entrarán en su cueva de miedosas eternidades.
Entonces ya no habrá diferencia entre tus ojos y tu vientre,
ni entre mis palabras y mi voz.
Las piedras serán como tus senos
y yo haré mis versos con las manos,
para que nadie pueda ya confundirse.


Florencia Abadi

desamor –qué raro sería, le digo, muchas vidas que se vuelvan lúcidas a la vez una lluvia que dé señales más claras– hablar me avergüenza de...

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